Llegaron a Alemania 74 como el flamante campeón de la Copa Africana de Naciones (ganada tres meses antes del Mundial, con goleador del torneo incluido) y la primera selección de África negra que lograba una clasificación a la Copa del Mundo, pero se marcharon como el “hazmerreír” de los Mundiales… aunque la realidad fue muy distinta.
La exótica selección de Zaire (hoy República Democrática del Congo) dejó para el recuerdo una de las participaciones más insólitas en la historia mundialista. Ni los goles de Grzegorz Lato, ni la elegancia de Franz Beckenbauer o la magia de Johan Cruyff se grabaron tan bien en la retina de los aficionados como varias acciones de los africanos en aquel Mundial.
Encuadrados en el Grupo 2 de la Copa, comenzaron su camino con una digna derrota de 0-2 ante Escocia, en Dortmund. Sin embargo, lo peor estaba por comenzar. El 18 de junio, se enfrentaban a Yugoslavia (una potencia de la época) en Gelsenkirchen. Antes del partido, el dictador Joseph-Désiré Mobutu anunció que no pagaría a los jugadores el premio por haber clasificado al Mundial, por lo que los futbolistas advirtieron que no se presentarían en la cancha.
Finalmente lo hicieron, pero jugaron con desgano y el resultado fue un humillante 0-9, que incluyó una acción inaudita. Después del cuarto gol yugoslavo, los zaireños rodearon al árbitro colombiano Omar Delgado para protestar una supuesta posición prohibida. En medio de los reclamos, el defensor Mwepu Ilunga ¡pateó en los glúteos al silbatero! Sin saber de dónde había venido el ataque, Delgado terminó expulsando a Ndaye Mulamba.
Tras la derrota y eliminación del torneo, los brujos zaireños que habían llegado a Alemania a dar “ayuda espiritual” (una selección de los mejores hechiceros) se marcharon a su país, desde donde Mobutu hizo llegar una cruda amenaza: “Si el último partido lo pierden por más de tres goles, no regresen a casa”.
Pero el rival era Brasil, vigente campeón del mundo y obligado a ganar por goleada para clasificar, luego de dos empates sin goles. A pesar de la presión, los leopardos pudieron ofrecer alguna resistencia y, a falta de 10 minutos para el final, perdían 0-3, cuando el árbitro señaló una falta a favor de Brasil frente al área africana.
Era un cobro altamente peligroso, por lo que se tardó algunos instantes en acomodar la barrera. Cuando todo estuvo listo, el árbitro sonó el silbato y, tres segundos después, el balón salió disparado en la dirección contraria a la que todos esperaban… y por el cobrador equivocado.
Para sorpresa de todos, el defensor Mwepu Ilunga se despegó de la barrera, corrió hacia la pelota y la pateó hacia el campo rival. La tarjeta amarilla era obvia, como obvia ha sido la incredulidad de los aficionados al fútbol y la imagen cómica que se le ha dado a aquella selección desde entonces.
Más allá de inexperiencia o el desconocimiento de las reglas con que muchos trataron de justificar la acción, fue el propio Ilunga quien confesó sus motivos. “Por supuesto que conocía las reglas. No tenía ninguna razón para continuar jugando. No quería arriesgarme. Intentaba forzar mi expulsión, pero el árbitro no fue severo conmigo. No sabían la presión que estábamos sufriendo como para que encima tuviéramos que aguantar sus burlas”, contó décadas después.
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