Llegó la medianoche, no hay duda. Apenas el reloj marca la hora que divide el 1.º del 2 de agosto, las ocho campanas de la Basílica de Los Ángeles suenan al unísono.
En la calle, algunos levantan sus ojos buscando la fuente del sonido, pero la mayoría sigue su camino, porque, pese a la hora, la calle norte de la Basílica es un río humano en el que quien se detiene será empujado por la corriente de hombros y piernas con las que chocará.