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La falta de capacidad de adaptación es letal

Aunque se inició años antes en Costa Rica, desde la década de los años noventa el país vivió una época de transformaciones económicas y sociales, que quiso ser acelerada según algunos impulsos ortodoxos, pero que topó con importantes resistencias, y terminó generando resultados heterodoxos y tuvo consecuencias políticas.

Aunque se inició años antes en Costa Rica, desde la década de los años noventa el país vivió una época de transformaciones económicas y sociales, que quiso ser acelerada  según algunos impulsos ortodoxos, pero que topó con importantes resistencias, y terminó generando resultados heterodoxos y tuvo consecuencias políticas.  

En lo económico, el país fue un reformador rápido en inserción internacional, dada la estrechez del mercado interno y por la vieja tradición de apertura internacional. Buenas prácticas como el cultivo del café en los siglos XIX y XX,  o el Mercado Común Centroamericano, pese a su deformaciones, trajeron progreso y bienestar.

En lo financiero, las reformas fueran más lentas, ya que el país no abandonó las fortalezas de una banca pública, ni sacrificó las prácticas prudenciales, lo que resultó decisivo tiempo después  cuando no tuvimos contagio de las crisis financieras mundiales, que sí sufrieron los países que se habían entregado a la desregulación sin cautela.

En cuanto a reforma del Estado, la transformación para el  país fue más lenta y cautelosa, a pesar de impulsos ortodoxos y acuerdos del viejo bipartidismo a contrapelo de la sociedad.

Se intentó  lo radical pero no fue ni fácil, ni completo. Ninguna fuerza logró imponer su criterio absolutamente., pero se creó una amplia y moderna institucionalidad, con políticas robustas, bien financiadas, sistemas de salarios competitivos para fomentar una modernización no incluyente, que no incorporó al resto del sector público, ni al resto de los sectores económicos. Estos sectores no incluidos, vivieron su deterioro.

El país recorrió un camino de polarización, que crispó a la sociedad. También perdimos capacidad de adaptación.

La consecuencia política fue la erosión de ese hoy viejo bipartidismo, que terminó por erosionarse aún más, en medio de algunos impactos sociales negativos, conflicto social y escándalos de corrupción muy sonados. Si la simpatía partidaria por los partidos del  ese bipartidismo  estaba por encima del 95% de las simpatías en 1991, hoy no alcanza el 40%.

Dos partidos se dividían la Asamblea Legislativa. Hoy tenemos 9 fracciones, las que en su mayoría muestran escasa disciplina y se alinean según cada asunto. Las fuerzas emergentes no han logrado, sin embargo, canalizar la erosión de las simpatías del viejo bipartidismo.

El de gobierno cuenta con una segunda minoría con serios problemas de cohesión. Ninguno partido va ganando; pierden todos  y con ellos los políticos, la política y las instituciones. La desconfianza y el malestar ciudadano hoy predominan.

Hasta se rompió la convicción de tener un destino común como nación. Así las cosas, ¿qué hacer?