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Este 17 de setiembre se cumple un año desde la tragedia de Cambronero, cuando un autobús y una motocicleta cayeron a un precipicio de aproximadamente 80 metros de profundidad, tras ser arrastrados por un terraplén en la carretera que comunica a San Ramón con Esparza.

El accidente ocurrió cerca de las 4:10 p.m. y el bus viajaba con 65 pasajeros, entre adultos y niños. La tragedia dejó como resultado nueve fallecidos, incluyendo al motociclista. Además, 34 personas tuvieron que ser atendidas por los cuerpos de rescate y, en total, 55 fueron remitidas a centros de salud para recibir atención médica.

En medio de todo el caos y el dolor que provocó el desastre y ante los ojos de una comunidad nacional atónita por la crudeza de lo ocurrido, destacó la labor de los más de 100 funcionarios que participaron en las labores de rescate para poner a salvo a los sobrevivientes y recuperar los cuerpos de los fallecidos en un esfuerzo que se extendió durante más de 20 horas. 

En el rescate participaron unidades de búsqueda y rescate, tanto urbano como de montaña, de búsqueda canina, carros de rescate, ambulancias básicas y de soporte avanzado, entre otros.

Pero, en el camino, los rescatistas se enfrentaron a todo tipo de adversidades; desde la lluvia,  las condiciones geográficas y la ruptura de una cuerda, hasta desafíos en el terreno emocional, como testigos —en primera fila— de una fatalidad inconsolable.

“Estás en el máximo estado de alerta. Hay una sensación de riesgo latente que te mantiene acelerado el corazón, las pupilas dilatadas, la respiración acelerada; que te permite tomar decisiones de emergencia en caso de que algo pase. Pero, principalmente, lo que más te marca es que, a más de 80 metros hacia arriba, está el riesgo de un colapso secundario de movimiento de masas que se te puede venir encima y te puede aplastar ahí donde estás”, dijo a Teletica.com el director de Gestión de Riesgo en Respuesta a Emergencias de la Cruz Roja, Wagner Leiva.

El desgarrador recuerdo

Desde que son alertados sobre la magnitud de la situación, el estado anímico de los socorristas cambia y se intensifican las emociones.​

Leiva, que cuenta con 42 años de servir en la institución, aseguró que la gente piensa que ellos están acostumbrados a lidiar con situaciones así de complicadas a nivel emocional, no obstante, la realidad es diferente: “El grado de sensibilidad ante el dolor humano es indescriptible, uno no termina nunca de acostumbrarse al dolor humano”.

Una vez en el lugar, los primeros desafíos que tuvieron los socorristas fueron el tempestuoso clima lluvioso y las complicadas condiciones geográficas, ya que el bus se encontraba en una inclinación cercana a los 80 grados, según recuerda el director de Gestión de Riesgo.

Leiva explicó que las personas con mayor experiencia se encargan de establecer el objetivo, la estrategia y la táctica, pero también deben brindar apoyo emocional hacia los colaboradores más jóvenes, ya que en muchas ocasiones resultan con estrés postraumático.

Justamente, una de las escenas más impactantes que el cruzrojista describe es cuando, al llegar al lugar, escuchaban a los accidentados gritar por ayuda, desde la penumbra.

El rescatista aseguró que era muy difícil desplazarse alrededor del autobús, por lo que se vieron obligados a utilizar equipo con cuerdas. De hecho, una de estas se rompió en medio de las operaciones, pero la situación no terminó en otra tragedia gracias a que siempre utilizan una cuerda secundaria, por este tipo de riesgos.

Leiva describió que, incluso a los rescatistas con más experiencia, se les dibujaba en el rostro “la impotencia” y “el deseo de haber hecho algo más”, aunque hubieran hecho todo lo posible: "Siempre hay un fantasma de tristeza que te persigue", indicó, pese a que se hiciera un buen manejo de la situación.

“Siempre hay espacios de silencio, a pesar de que estamos hablando de gente experimentada, siempre hay espacios donde ya no hay retorno, ya no hablan y uno sabe respetar ese silencio que está haciendo que la persona sane mentalmente [...] Es como un luto, como un respeto hacia el dolor que vivimos y que nos permite estar listos y prepararnos emocionalmente para lo que vendrá después”, dijo el director cruzrojista.

Otra parte muy complicada de la operación fue la recuperación de los cuerpos: “Genera mucho dolor humano, porque ya estás tocando las fibras más sensibles de las personas, que es gente fallecida”, comentó Leiva.

El rescatista explicó que los cuerpos de las víctimas se encontraban distribuidos a más de 300 metros del bus, lo cual también plasmó una escena impactante, no solo por la larga distancia, sino también porque el terreno era “muy difícil”.

Luis Carlos Araya, rescatista de la Cruz Roja de Alajuela, también participó en la recuperación de cuerpos y reiteró que la escena era inquietante, especialmente por la posibilidad de un segundo terraplén y que “aparte de ser rescatistas llegáramos a ser pacientes”.

El miembro de la Cruz Roja alajuelense recalcó la cruda adversidad que vivieron, donde “ya las cuerdas no se veían por el barro”, no obstante, debían seguir trabajando “dar alivio a cada familia costarricense” y que estas pudieran dar “santa sepultura” a sus seres queridos.

Además, Araya indicó que encontrar los cuerpos también era una situación dolorosa: “No creo que exista un ser humano que diga que no es impactante”.

Para cerrar la operación era necesario mover el autobús para asegurarse de que no hubieran más cuerpos bajo el bus, además de rastrear en lo más profundo del precipicio y zonas aledañas.

En esta etapa participó Álvaro Mora, de la Sección de Operaciones de la Cruz Roja de Alajuela, quién señaló la angustia que vivieron los rescatistas al mover el bus y notar “un rastro de sangre” que en ese momento estaba fresca, lo que despertó la sospecha de que podría haber una víctima más allí, pero lograron verificar que ese no era el caso.

Mora aseguró que en esta fase generaba tensión trabajar en una zona que todavía se mantenía “inestable”, por el clima, porque todavía bajaba caudal y había mucha tierra suelta.

Además, el cruzrojista expresó que atender este evento lo marcó, al menos por un tiempo, al pensar en las familias que no volverían a estar con sus seres queridos.

El socorrista agregó que poder poner el punto final a las labores significó “una satisfacción personal” ya que pese al cansancio, la sed y el frío que pasaron, “es muy gratificante saber que ya no hay ninguna persona afectada y que logramos sacar a las personas fallecidas, que todos los compañeros estén intactos ya por haber finalizado el trabajo”.

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