En lo alto de las montañas de San Rafael de Arancibia, en Puntarenas, se encuentra la pequeña y pintoresca comunidad donde Aristides Miranda, conocido cariñosamente como “Lito”, ha vivido toda su vida. 

A sus 94 años, don “Lito” no solo es un testimonio de una época que parece haberse quedado en el pasado, sino también un pilar de la comunidad y de su gran familia, formada por sus nueve hijos y 32 nietos (ver nota completa en el video adjunto). 

Ha dedicado gran parte de su vida al campo. Desde joven trabajó en la agricultura, cultivando la tierra que heredó de sus ancestros, y también en los tradicionales trapiches, lugares donde se extrae jugo de caña para la producción del dulce.

Estos trapiches fueron el alma económica de muchas familias de la zona durante generaciones, y don “Lito” no fue la excepción. Con sus manos fuertes y su espíritu trabajador, moldeó el futuro de su familia y contribuyó al sustento de la comunidad.

Hace cinco años, vivió una de las pérdidas más significativas de su vida: su esposa, con quien compartió 60 años de matrimonio, falleció, dejándolo con el vacío irremplazable de su compañía diaria. Aunque el dolor sigue presente, Miranda nunca está solo; hoy vive con algunos de sus hijos, quienes lo cuidan con devoción y amor. 

El vínculo familiar es fuerte y se manifiesta no solo en la convivencia diaria, sino también en las tradiciones que se han mantenido vivas a lo largo de los años.

Actualmente, los hijos de “Lito” continúan con la tradición agrícola, vendiendo los cultivos familiares en la feria de Barranca. Durante muchos años, lo hacían en el centro de Miramar, un pueblo cercano, pero las dinámicas han cambiado y ahora prefieren la feria local, más cercana a casa y donde la comunidad sigue siendo la protagonista.

El entorno en el que vive este adulto mayor es, sencillamente, de ensueño. En lo alto de las montañas, parece como si el tiempo hubiera detenido su marcha. Una pequeña iglesia rodeada de vegetación, caminos serpenteantes que conectan las casas dispersas, y una pequeña casa que don “Lito” ha llamado hogar por tantos años, rodeada de naturaleza y con una vista que solo puede describirse como impresionante.

San Rafael de Arancibia es una joya escondida, y este vecino, un testimonio viviente de la tenacidad, la fe y la importancia de la familia en un mundo que, a veces, parece moverse demasiado rápido. En cada conversación con él, se percibe la sabiduría acumulada de casi un siglo de vida, de historias contadas entre risas y lágrimas, y de una conexión con la tierra que sigue siendo inquebrantable.

Su vida es un recordatorio de que, en medio de las montañas, entre el murmullo de los árboles y el susurro del viento, aún existen vidas sencillas, llenas de significado, donde la familia, la tierra y las tradiciones son el verdadero legado.